Denis Diderot escribió en 1763 su “Carta sobre el
comercio de libros” por encargo del Gremio de Libreros de Paris a causa de la
situación de desamparo que ya entonces tenían los autores, los editores y los
libreros, que estaban prácticamente inermes ante el expolio a que eran sometidos continua e
impunemente en sus respectivos trabajos de creación, edición, distribución y
venta de libros. En el transcurso de estos más de 250 años, el panorama no ha
variado sustancialmente, más bien, si cabe, se ha empeorado. A nuevos tiempos,
nuevos problemas, que se añaden a las dificultades ya arrastradas.
La
“Nueva carta sobre el comercio de Libros” es una modesta pero firme
reivindicación de los legítimos derechos de autores, editores y libreros; es también
una llamada de atención a toda la sociedad, especialmente a quienes están
relacionados con este mundo, y es, sobre todo, una petición a las autoridades
competentes para que promuevan, promulguen y hagan cumplir unas leyes justas y
eficaces que garanticen que el producto de un trabajo sea para quien lo
realiza.
Lo hasta aquí expresado es el leitmotiv, el hilo conductor de nuestra
Nueva Carta, que, al ser una obra colectiva, recoge una variedad de enfoques y
de opiniones que componen un atractivo mosaico, un libro rico en matices y de
agradable lectura. En conjunto, las distintas cartas están cargadas de razones
contra la piratería, contra el saqueo de la propiedad ajena —en este caso, la
propiedad intelectual— y, por ende, contra la intromisión en terrenos que
pertenecen legítimamente a quienes los trabajan poniendo en ello su esfuerzo y
arriesgando su dinero, como sucede con los editores y los libreros.
En mi artículo, “Libro, el amigo de
los mil nombres”, he querido hacer una defensa total, aunque no excluyente, del
libro impreso en papel, sin mencionar siquiera otro tipo de soportes con los
que no tiene por que entrar en conflicto ya que todos pueden convivir
perfectamente, pues hay muchas clases de lectores y hay también distintos
momentos y hábitos de lectura en cada uno de ellos. De esta manera, realizo un
recorrido emocional por algunas de mis lecturas preferidas, por los autores que
más me han influido y recuerdo con afecto y gratitud la figura de mi maestro de
Primeras Letras, que, además de enseñarme a leer y otras cuestiones básicas, supo
despertar en mí la afición por la lectura.
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